miércoles, 7 de octubre de 2015

Haceme la merced de apartar ese prejuicito, por cortesía.



Salimos del club de ajedrez con el amigo Fernando. Se hizo casi la una de la mañana. En la vereda, algunos socios parloteando del más y del menos sobre la velada. Se acerca un señor de aspecto bastante humilde, con un pulóver raído aunque, aparentemente, limpio; pantalones gastados, algunos dientes menos y con un pucho en la mano que no hace mucho habrá recogido del suelo; o lo poco que quedó de vereda seca luego del chubasco. Pide fuego y no le damos. Nadie fuma. Somos gente sanita, no sé si me entiende. Advierto que el señor mal entrazado está… descalzo. No hace calor, precisamente, ni estamos en la playa. Estamos en zona centro-norte, Paraguay y Callao. No creo que sea por esnobismo o por padecer pie de atleta. Agradece el no fuego y se queda por ahí, mientras nos vamos despidiendo los contertulios de siempre. Mientras caminamos, le comento a Fernando una humorada del librito que estoy leyendo, referida a la pose de las estatuas: o bien están de brazos cruzados, o bien con el brazo extendido y con la palma hacia abajo. En el primer caso, se preguntan: “¿cómo bajo de aquí?”. En el segundo: “La basura llegaba hasta esta altura”. Festejamos el recurso hilarante del autor de “Exilados”. Fernando, el muy lector, inquiere y respondo que se trata de una obra teatral de Joyce. Instantáneamente oímos “¡Ulises!”. Volteamos la cabeza. Se trata del señor descalzo, que agrega algo más, mientras asiento un poco perplejo. Él acota que puede tratarse de su segunda obra y duda si es esa o “Dublineses”. Con Fernando entramos en la grata sorpresa y no salimos, y el señor descalzo acota: “¿Leíste a Henry Miller”. Fernando – destinatario de la pregunta – responde que no, pero que es muy probable que yo sí lo haya leído, porque soy afecto a las cuestiones eróticas; es decir, me tiene por puerquito. El señor descalzo ríe. Yo no leí a Henry Miller-sexus-nexus-plexus, pero intuyo que el señor sí. Nos reímos los tres, nos despedimos del señor descalzo y encaramos para la avenida Santa Fe muy convencidos - como que así lo hemos afirmado – de que esta historieta sería algo difícil de creer si nos fuera contada por algún otro terrícola.

Ponele hache.