miércoles, 2 de marzo de 2011

UNA CAMISA UN TALLE MÁS CHICO
 
En otro desorden de cosas, te cuento que una vez, el Negro Víctor, mi amigo del Lejano Oeste, me regaló una camisa, un tanto chica, en ocasión de mi cumpleaños (no una camisinha; camisa chica de talle, tío!); una prienda de la conocida y no menos respetable camisería "Mickey" (Perón - ex-Cangallo - al 900) . Tuve que cambiarla por un talle mayor. Aquí te paso la crónica de los hechos.
            En verdad, en verdad os digo, que cuando me apersoné en la tienda, un paisano me miró medio torcido; al toque comprendí q’ era estrábico. Como puso la trucha 'e preguntar, sobre el pucho y sin darle changüí, ái nomás me le planté y le espeté en el rostro: "¿Sabe quién soy yo?, soy amigo del moncho del Oeste; del Negro; el acoyarado con la Vasca; aquél que da quince puñaladas de ventaja y gana por afano - o por ausencia -." Se hizo un silicio de ultracomb y tuitoj quedaron vitrificados. Con la parsimonia que me caracteriza, me dirigí al que tenía pinta de más guapo, descontando que debería ser el jefe (o, en su defecto,  su novio). Le hice vientito cerca 'e la trucha con mi melena, cosa que le disgustó bastante, para mi regocijo. Mientras se alisaba los bigotes renegridos y se acomodaba el rimmel, me preguntó qué me traía por esos parajes. Le pedí de hablar con el capanga máximo. Me dijo que no estaba, que andaba por Disneiguord, que era el mesmo ratón Mickey; el dueño de la camisería y que tenía asuntos pendientes con una vaca, una tal Aurora. No sé por qué, pero me olfatié un bolazo. "Te creo en una progresión del 23 por ciento, y en disminución", le contesté acariciando el cabo de mi paraguas de Taiguán. Los presentes se fueron desparramando en círculo, presagiando la tormenta, a la vez que abiertos de piernas nos enfrentamos preparados pa’ lo pior. Suavemente y sin quitarle la vista de encima, dejé caer a un lao mi poncho calamaco (marca Dufour),  a la vez que el fulano se quitaba los zapatos rojos de taco alto. No sabía bien por cuál motivo me parecía estar de sobra en ese lugar, así que traté de abreviar el trámite. Desenvainando la bolsa de papel reciclado, tiré el contenido sobre el mostrador, espantando las moscas y a un desprevenido que cacareaba "Sha viene la shuvia, me sheva Shanet". Al abrir el envoltorio, el quía retrocedió como espantado por la luj mala, la del fluorescente. Le grité en la jeta casi, si le parecía de buen crioyo andar ofreciendo priendas dos números más bajos para pijotear la tela; que si al cabo del año pensaba progresar mucho con ese sistema, que no le iban a quedar tripas sanas y un montón de cosas más, hasta que me lo sacaron de encima, en medio del griterío y de la voz de Fredi Mércuri que insistía "mamma mía., mamma mía..." desde el radiorreceptor. Así que puso adentro ‘e la bolsa, sin chistar, la misma prienda, pero esta vez del taye adecuado. Lo miré medio al soslayo, como diciéndole "Yo te perdono pese al daño que meas echo" y parece que el tipo la cazó al vuelo, porque bajó la cabeza y dos lagrimones rodaron por sus mejillas. Me juí sin decir pío y sin decir agua va. Que a veces un silencio vale más que dos silencios.
Aura, después del entrevero, hago rostro en el conventillo. Con las chancletas de cuerina y el pantalón bataraz me planto la camisa cumpleañera así, sueltita, estilo cáshual.... y tendrías que ver la reverencia que me dispensa el negraje.
Perdoname la molestia. Es que estoy arisco.
El groncho Moscusa