martes, 26 de julio de 2011

No hay sorpresa.




Con el resultado de las elecciones del 24-7-11 en Santa Fe, se da un nuevo toque en la misma sintonía que, pocos días antes, en la Capital Federal. Un resultado que se pronuncia por la anti-política (o, por lo menos, en un sentido no político) para resolver los problemas de la comunidad. Problemas que, en principio, debiera resolver la política. El hecho más grave es que ya no estamos en el 2000/2001, tiempos del “que se vayan todos”. Sin embargo, el signo parecería decir más o menos lo mismo, en forma un poco más sutil. No olvidemos que el candidato ganador del oficialismo santafecino arañó el triunfo a escasos puntos del humorista Miguel del Sel. Si bien uno nunca está del todo informado en lo que hace al pensamiento e intención de los candidatos (“uno” soy yo, discúlpeme), el caso Del Sel es un alarde del caradurismo político o, mejor dicho, de la antipolítica, que está muy lejos de otros ejemplos de miembros de la farándula devenidos en políticos. Recordamos el caso de Irma Roy y su gestión en Diputados, de Nito Artaza, de Brandoni. Nos gusten o no, son gente del espectáculo que se preocuparon por la cosa pública y dedicaron una parte importante de su tiempo a la gestión de una actividad que tiende a modificar el actual estado de cosas. En igual sentido, ciertos ejemplos del deporte (Scioli, Reutemann). En este caso en particular, coincido plenamente con Horacio González: el voto hacia el humorista Del Sel (con el respeto que merece su labor específica – me mata de la risa su imitación de la Negra Sosa -), vacía de todo contenido el vocablo “política”. Nunca nadie en estos tiempos, a excepción de Mauricio Macri, hizo tanto alarde – públicamente, para colmo de males -  de carecer de conocimientos básicos acerca de los problemas de la comunidad destinataria de su postulación. Es la exacerbación de la ignorancia o, al menos, de la indiferencia respecto de los temas a que un político debiera volcar su estudio, su preocupación, su accionar cívico específico desde un sitio de privilegio y de responsabilidad en que la ciudadanía lo ubica con confianza y con expectativas de gestión.  El voto dirigido hacia un candidato de este tipo es casi como afirmar: "Vea don, no me la haga difícil, yo no quiero que Ud. me relate pálidas de no sé cuál modelo sobre no entiendo cuál modo de no sé qué integración con no sé cuáles países ni regiones que no conozco, ni planes que no comprendo, ni gestiones que no sé qué contenido tienen. A mí sus bigotes, su voz áspera y su cara seria, casi huraña, no me convocan, como tampoco lo hacía la babita de Kirchner que se le escapaba por la comisura derecha (después se la corrigieron). Yo quiero que me que gobierne gente divertida. Quiero baile, globos, sonrisas. Basta de pálidas, de revolver recuerdos tristes sobre derechos humanos, de polemizar sobre gasoductos de mi provincia que no sé bien cómo se iniciaron pero que, de todos modos, son temas que me gusta más como me los relata el Miguelito, con un guiño, con un chiste. Nada de insistir con esa cosa de género (yo el único género que conozco es la tafeta floreada). Hágamela fácil, linda, amena, entretenida y por sobre todo hueca, hueca, para que yo lo pueda, simplemente, gozar más que comprender. Porque cuando yo estoy feliz y contento no pienso en el fin de mes, ni en la plata que no alcanza, ni en la leche, ni en la soja – ajena – ni en los garbanzos. Y a mi, qué quiere que le diga, Miguelito me da la felicidad. Yo con Miguelito bailo. Yo voto a Miguelito. Yo me divierto. ¿O acaso en casa no vemos a Tinelli?”
 Al cruce de Horacio González le salió don Julio Bárbaro que, si algún mérito tiene es el de parecerse físicamente a mi difunto amigo Pedro, y punto. Por supuesto que el Gobierno Nacional y sus partidarios no regalan rosas ni promesas de “¡ pum para arriba !” No dice siempre las cosas que la gente quiere escuchar. Posiblemente, en su oportunidad hubiera cosechado más votos si hubiera celebrado un pacto con los genocidas supérstites y sus acólitos, echando un manto de piedad y olvido sobre tanto dolor. Dolor ajeno, al fin y al cabo. Tal vez hubiera sumado más acercando al “campo” a la Casa Rosada antes de la resolución 125, o evitado confrontar, pactando con el monstruo mediático de sólida instalación. Es indudable que hay confrontación. No es posible que no la haya. En el país existe desde, por lo menos, unitarios y federales. Y subsiste bajo otros nombres. Y la hay hacia afuera. Es que adentro hay, por lo menos, dos países, y afuera hay, por lo menos dos mundos. Uno es el de la exclusión, en uno y otro caso. El otro es el de la integración solidaria. Al porteño tipo, por ejemplo,  no le interesa un mensaje filmusiano en el sentido de construir una gestión de política mayormente igualitaria, de incluír al villero a los planes de viviendas, de integrar a los indocumentados inmigrantes, a los sin techo. Todo lo contrario. El porteño tipo lo que pretende es armar un gran zapato apto para la patada olímpica en el orto de toda esa gente de color generalmente oscuro, que le pisotea u ocupa los espacios públicos, le escribe en los monumentos, se baña y lava la ropa en las fuentes y, en una palabra, nos afean la ciudad. Porque si hay miseria, que no se note. Alfombra grande y a barrerlos a todos para bien abajito della.
¡Y a seguir jugando y bailando con los globos de color!
¡Vos también sos bienvenido! (Ah no, vos no, ¡eh!).
¡ Y arriba esas palmas !