jueves, 12 de diciembre de 2013

ACERCA DEL FESTEJO POR LOS 30 AÑOS DE DEMOCRACIA.

Por Alberto Lucio Moscuzza

La pluma cáustica de los operadores salvajes, siempre listos, como los boy scouts de la denostación, han eyaculado los peores conceptos que tenían en sus ponzoñosas riñoneras para fulminar el festejo de los treinta años de ininterrumpida democracia, del 10-12-2013 en Plaza de Mayo.
Estuvimos. Al igual que en cada 24 de marzo, desde hace algunos años en que hemos abierto - finalmente - los ojos, decidimos que no es todo lo mismo. Entre estar y no estar hay una gran diferencia. La presencia tiene un significado. Y del mismo modo en que, al regreso del cementerio en que enterré a mi santa madrecita, procedí al festejo de mi cumpleaños (¡a vos se te ocurrió irte justo en la víspera, Lucía!), consideré - como tantos otros ciudadanos de buena fe - que era pertinente (deformación profesional, vea) estar en la Plaza, a pesar de las jornadas de tensión, de violencia y de las víctimas por los amotinamientos policiales en las provincias. Era absolutamente previsible la invectiva de los que socavan con recursos deleznables todo acto que provenga del gobierno, como lo hubiera sido si el acto se hubiera suspendido. Dentro de su lógica es una simple consecuencia del mecanismo adoptado para procurar atomizarlo y, si fuera posible, aniquilarlo, o mejor aún: derrocarlo. Lo han dicho en forma expresa, a través de sus personeros más visiblemente expuestos. "Hagamos algo, cualquier cosa, para que esta gente se vaya", pedía un conductor de un conocido programa de entretenimientos, seudoperiodístico, devenido en el paladín de la justicia. "Los productores están dispuestos a que este gobierno, o esta porquería que está gobernando, se vaya a patadas. ¿Nos vamos a ir nosotros del país? No, se van a tener que ir ellos. Si es por las buenas o por las malas no sé, eso van tener que programarlo las entidades, pero esto se tiene que terminar", declaraba enfático, hace un tiempo, un señor del campo ancho y ajeno, ante aplaudidores fervorosos.
Y es que la miseria y los miserables no se acabarán jamás. Así lo declaró - dice el relato -  Vincent Van Gogh, antes de darse un escopetazo en el pecho. Sin embargo, en nuestro caso hay un porvenir más auspicioso. Y ello también tiene relación con estar presente en éste y en todo otro acto de contenido similar.
La cloaca siempre abierta que nos muestran los comentarios y fotos del episodio, contrastando la imagen de una presidenta en el palco de los artistas con la de rostros ensangrentados, muertos, caos, violencia y destrucción, obedecen a otro segmento del mismo recorrido. El primero lo señaló acertadamente la propia presidenta en el mismo acto, al referir que los hechos fueron "... ejecutados y planificados con precisión quirúrgica (...) Yo no soy ingenua. No creo en las casualidades", agregó, antes de "...condenar la extorsión a una sociedad por parte de aquellos que portan armas para defenderla". Extorsión - agregamos - tan típica de otras épocas.
Dentro de este contexto, la separación de una parte no menos importante de la realidad del país, para atender a una celebración multitudinaria, esencialmente apartidaria, programada desde - obviamente - mucho tiempo atrás, tenía - y tiene - un sentido plenamente válido. En el acto - entre tantos otras - estuvieron personas que vienen luchando desde hace muchos años por recuperar los cuerpos de sus propios muertos; el acto se relacionaba con muchas vidas que se perdieron antes y durante estos treinta años, para llegar al punto en que hoy estamos. Y es que nos hallamos viviendo una etapa democrática como si fuera un don, algo caído del cielo, un derecho inmanente. Y no es así; se trata de una verdadera conquista - a través de un arduo peregrinaje - que aún no ha concluído, que es - todavía - precaria, que tiene sus riesgos, que requiere de la participación con convicción, que se defiende día tras día, que nos impone estar atentos. Uno de los sonsonetes que más recuerdo haber escuchado desde impúber es el de "... las fuerzas responden a sus mandos naturales...", para indicar que, hasta ese determinado momento, los militares todavía no se comprometían en el derrocamiento del civil - o, quizá, militar - de turno. Esto era moneda corriente. Crecimos con esta común idea de las cosas, hasta que conocimos que otras personas estaban dispuestas a no entregarse tan dócilmente al yugo de los prepotentes, déspotas y - por si todo ello  fuera poco - inútiles administradores del poder político y gerentes de los saqueadores de siempre (no de los boliches de los chinos, precisamente).
De modo que, cuando la infamia disfrazada de cruzada de la libertad me muestra a la titular del Poder Ejecutivo danzando con una cara jocosa, en la foto de arriba, frente a un rostro ensangrentado, en la parte inferior, no tengo dudas. Estoy en el acto y creo en él, a pesar de esa dosis de basura que se empeñan en hacerme ingerir. Porque sé quiénes la crean, con qué fines y qué es lo que añoran.
Y a quienes se complacen en deglutir - sin analizar - la inmunda bazofia desparramada, unos por auténtica devoción gorila, otros - quizá - por enojo, otros por ignorancia, o por candidez (ponele hache), les pido que, muy sinceramente, vean hacia atrás; que recorran  por un instante sus propios pasos, que se observen a sí sismos, por ejemplo, en el 31 de diciembre de 2004 y me digan, con una manecita en el corazón (por cualquier medio) cómo, de qué manera, se comportaron ellos frente a los festejos de fin de año, teniendo en cuenta la tragedia de Cromañón del día anterior, que dejó casi doscientos muertos y más de 1400 heridos http://es.wikipedia.org/wiki/Rep%C3%BAblica_Croma%C3%B1%C3%B3n

Es que, con careta es promoción. Sacándonos la careta... es otro precio.

Saludos cordiales.