viernes, 28 de mayo de 2010

HACIA EL TRICENTENARIO....


Queridos monstruos de la monstruosidad:

Hace pocos días les participaba, con un énfasis no disimulado, el alborozo, la algarabía, el alka seltzer emocional que significaba la convocatoria hecha a quien esto escribe para participar de los festejos del bicentenario. Les he comentado, además de qué manera me verían circular por el centro de nuestra querida y percusiva Buenos Aires, a bordo de una nave con un grupo de compañeros, supuestamente inmigrantes todos nosotros de países europeos quienes, para nuestros próceres constituyentes, eran la inmigración que sí valía la pena de atraer. Así las cosas, se acercaba la hora del desfile, siendo que pocos días atrás habíamos realizado una suerte de ensayo subidos - nosotros los protagonistas - a tan augusta nao, atracada al efecto en la proximidad de la Plaza Mayor, de frente a la Catedral Metropolitana. En las preliminares, hice circular hacia todos vosotros - y a otros que vosotros - la invitación para participar también de dicho festejo y, de paso, por qué no decirlo, los convoqué a posar vuestros ojos, que hoy posan en sus respectivas cuencas, espero, a posarlos, digo, en la nave de marras, la que habría de soltar amarras. Y, como casi todo en la vida sucede, sucedió también que se verificó una vez más el adagio que reza "Tené mucho cuidado con lo que andás buscando, porque podés llegar a conseguirlo". Y es así que el mensaje se expandió entre los amigotes y circunstantes como era de presumirse: bastante bien. Y los anoticiados respondieron con su atención y sus sentidos bien dispuestos para el día del festejo. El día en cuestión es - a no dudarlo - el 25 de mayo de 2010, a cuyo promediar (¿cómo se promedia un día?), pasado el mediodía, digamos, debía yo presentarme para tomar mi vestuario de inmigrante indiscutido y marchar junto a quien representaría a mi esposa, compañera de teatro Lucianna, hacia la nave, para abordarla por medios normales y naturales, es decir, como los pasajeros: subiendo por la escalerilla emplazada al efecto. Sin embargo, de modo inexplicable - aún a la fecha - desde la noche anterior me acometió una estado de fiebre que, lejos de ser la del oro, o la de la primavera, o al menos la de la juventud, se tradujo en un estado general de decaimiento y malestar que, infructuosamente traté de revertir teniendo en cuenta la proximidad del evento. Llegada la hora en que debía partir, no pude hacerlo por el motivo descripto, atinando sólo a comunicar a mi compañera lo raro y difícil de mi situación, ante un "¿Qquéeeee?" de su parte, ya que, italiana ella e inmigrante verdadera, estaba sumamente interesada en el resultado feliz de nuestra tarea en común, que yo amenazaba deslucir, al menos en ínfima parte. Poco tiempo después mi cuerpo, asistido por la persona de mi jamás suficientemente bien ponderada esposa de la vida real, cuyo nombre mantengo en reserva por motivos de prestigio de su imagen y de la exclusividad de su comercialización, mi cuerpo, insisto, obró depositado por espacio de cuatro horas en una silla de la sala de guardia de un hospital privado, de prestigio dudosamente ganado y de pésima atención. Otras dos horas debieron transcurrir para que los análisis portaran a la emisión de un diagnóstico, el que se dio en términos enigmáticos: no hay diagnóstico. Volví a mi verdadero hogar con mi esposa de la vida real, seguí las indicaciones médicas para salir del estado ya descripto, dormí, desperté y seguí viviendo hasta este momento epistolar global. Como se infiere de tan insulsa historia, no solamente no participé del festejo del modo en que hubiera debido y a cuyo propósito os convocara, sino que ni siquiera pude verlo por televisión o por otro medio de difusión de imágenes de la vida real o virtual. Digo que me perdí todo.
En tan estúpido trance me he sentido una y mil veces al recibir, de cada uno de vosotros y de otros que no sois vosotros, mensajes que trasuntan sentimientos de gratitud y congratulaciones por el resultado del desfile, al par que esparcen saludos calurosos. Mi ausencia será un quiste en el alma, que no pocas copas de cabernet podrán llegar - apenas - a mitigar. Hoy soy un paria. Me apoyo en cada semáforo del centro para enjugar un lagrimón. Camino sin rumbo por la Diagonal Norte (y eso que la Diagonal Norte apunta al Norte, como su apelativo sugiere). A todo aquél que se me arrima le confieso entre estertores, ataques de llanto y abrazos efusivos: "¡Ai! herbaro, yonostube". Este pesar que me acompaña y me acompañará por mucho tiempo tengo que compartirlo con vosotros, para que la vida me sea más llevadera y merezca la pena de ser vivida. Nada será como entonces, ni el olor al choripán. Por eso me siento en el sagrado deber de volcar estas desmesuradas, intrascendentes e insustanciales reflexiones, como rendición de cuentas y además - o, al menos - para provocar en vosotros unas migajas de conmiseración.
No sé si el 2016 me dará otra oportunidad. De lo contrario, volveré para el tricentenario y, como sugiere apropiadamente una amiga, será en nave espacial.
Gracias por el aguante.
Ósculos y abrazos por doquier.

martes, 18 de mayo de 2010

Mensaje inicial: poracá porfa vor


Hasta la pulga más chica hace roncha cuando pica.


La afirmación, con matices vernáculos y característica de popa de camión repartidor de substancias alimenticias, más que una verdad de Pedro Grullo, sugiere el opinable hecho de que todo pesa, hasta la luz.
De modo que, vosotros lectores que en forma voluntaria accedéis a este trozo de realidad cuasivirtual, habráis de soportarme con la paciencia del monje de clausura, mas no con su toqueteo inverecundo; con el interés del impuber, mas sin el hurgueteo de sus dígitos; con el beneplácito del contemplativo, mas evitando todo frotamiento sobre las partes pudendas. Y ello por cuestiones de salud.
Palabra del señor.
Del señor Moscuzza.