jueves, 16 de diciembre de 2010

¿Y si matamos a todos los malos?





Cuando acomete una respuesta violenta (a cualquier actitud, dicho, insulto, toma de espacio público o privado, gesto obsceno, presunción de abuso sexual, robo de pasadiscos, gol a favor o en contra), lo primero que se me presenta ante mis astigmáticos ojos es mi propia imagen. No es una evocación espontánea. Es (el resultado de) un trabajo personal, paciente, deliberado. La violencia me hace mal, pero me hace mal desde mi propia violencia padecida. Padecida en un doble aspecto, como violentado en un mundo de violentos, de gobernantes – generalmente milicos – violentos, y también como violentador. Porque cuando no hemos sabido rebatir adecuadamente con argumentos persuasivos, cada una de las veces en que nos han descolocado argumentos ajenos, en lugar de mejorarlos, hemos comenzado por alzar la voz. Todavía hoy nos – me – pasa. Y de allí a tomar por el cuello al interlocutor, resta muy poco.

Recordábamos hace poco con un querido y pacifista amigo el magnetismo misterioso que nos produce el boxeo. Queremos racionalizar ese gusto. No podemos, nos gusta. Estamos hechos así, dicen los tanos. Tenemos la excusa de Nicolino Locche, que hacía fintas con la cintura ante los golpes al aire del desesperado adversario y demostraba que no todo era pegar. Hasta se ponía las dos manos cruzadas en la espalda, con la cabeza gallinácea adelante, esquivando y arrancando aplausos. Atención. Ojo al parche. Pero ahí también estaba la pelea por el título en Japón frente a Paul Fuji. Ahí pegó (http://www.youtube.com/watch?v=w8aerkHG_7A&NR=1). Nos gustó que pegara. Nos gustó que ganara pegando. También nos gustó que pegara Monzón. A Emile Griffith, a Jean Claude Bouttier, a Nino Benvenuti, a Benny Briscoe. Pero a Alicia Muñiz no, Carlos, a Susana tampoco. Ella es estúpida, mucho, estúpida famosa, pero eso no justifica nada; miralo a Darín: ¿Cómo él no pega? Hiciste mal Carlos. Y pensar que Alain Delon te admiraba. Terminaste en forma violenta vos también. Vo vé.

Pero, por favor, no me desvíes del tema. Siempre hacés lo mismo. Nos estamos refiriendo a los violentos. Y, como decía mi querido amigo muerto, el autor del título que encabeza este engendro, para acabar dendeveras con el fascismo lo más apropiado y el primer paso a seguir es comenzar matando al pequeño fascista que cada uno de nosotros lleva adentro de sigosismo. Recuerdo a mi otro amigo muerto, ese que le hablaba a sus hijos en voz muy baja, cuanto más hacía falta o meaban fuera del tarro (en realidad sus pibes siempre fueron deliciosos) más baja la voz. Como los indios. Para que el interlocutor se esfuerce en escuchar. Para que el que recibe pueda hacer lo posible por comprender lo que el otro quiere transmitir. Y si no entiende, intentar de nuevo, como un docente sin estrés. No gritar para asustarlo al estilo cavernícola; no al estilo latino, italianísssssimo, de espantar al otro con el primer grito, para que cumpla con el mandato por puro temor. No. Así no.

Y cuando digo no, en primer lugar digo: “No, negro Moscuzza”. Ahora, sí, puedo dirigirme al resto del planeta. No lo haré porque esté investido de alguna autoridad, sino porque sé que me comprenden las generales de la ley. Y me la banco. Mis hijos y mi futura ex-esposa saben de qué estoy hablando. Porque sé que cuando estoy frente a gente jodida, malvada, perversa, intrínsecamente pura prosapia hijaputez, enferma ba, me pongo como loco ¿vio? Me broto todo. Me agarra como una especie de fervor patriótico, doña Rosa, y encaro con toda la prosapia arrrrrgentina apuntando a la yogurt lar.

Toda esta sanata para contarte, ahora sí, mi propia experiencia pseudoxenófoba, si de violencia se trata.

La otra noche, martes catorce de diciembre del año dos mil diez, salía yo de mi regular curso de mala educación bucal (vocal, sí) siendo aproximadamente las veintiuna y treinta horas y, en cambiando el derrotero, dióseme - a la sazón - por atravesar transversalmente la Avenida Córdoba,  a la altura de calle Talcahuano. Imagina, desventurado lector, lo que hubiera sido atravesarla longitudinalmente, desde allí hasta Chacarita o, por caso, y a guisa de menor esfuerzo, hacia el bajo. Estaba, digo, en esos menesteres y, aproximado que me hube a la parada del treinta y nueve, línea del transporte colectivo de pasajeros parcialmente subsidiada por el Estado Nacional, se me acerca un señor de tez morena muy bien rasurada en la superficie de su localidad facial, en dudoso estado de sobriedad y con un concepto asaz discutible sobre el sentido de la posición vertical que, si bien es una postura relativamente reciente, en términos cósmicos, en la raza humana, a este punto de la evolución puede afirmarse que la gran mayoría de los individuos que la componen la ha adoptado como natural, llegando a bipedestrar sin mayores dificultades aparentes.

El referido señor, para quien toda la acera era poca, me tendió su mano derecha que, curiosamente, dentro del evidente estado etílico que en su ser aparentemente todo lo abarcaba, era el único distrito de su reducida anatomía que no pendulaba en demasía. Como yo no tenía hasta ese momento el placer o el displacer de conocerlo, evité, tratando de no herir susceptibilidad alguna del aproximante, de extender mi propia diestra. Y así se lo hice saber en un tono de voz prístino y de volumen no muy alto, con matices predominantemente graves y vocablos espaciados. Que uno no regala saludos porque sí; que uno se debe a su público. Que yo a mi mano la quiero para mí, que tantos placeres me ha dispensado y, quizá, Dios y la Virgen de la Madera Balsa mediante, los que habrá de procurarme en el futuro.

El hombre, a su turno, confesó que, efectivamente, no me conocía, pero que buscaba propiciar una cierta especie de comunicación oral conmigo, para lo cual creyó oportuno iniciar de esa manera el contacto intersubjetivo. Aclarados que fueran los tantos y siendo que él tenía la mano, jugó primero, diciendo que estaba sumamente dolido por lo que estaban padeciendo sus compatriotas bolivianos en estos días penosamente conocidos, y por él mismo, al ser tratados como si fueran todos ellos delincuentes comunes, por el solo hecho de portar nacionalidad y color de tez.

"Ahí está el huevo y no lo pise", me dije para mí mismo, sin responderme a fin de no dar señales equívocas a mi interlocutor. Y en ese tren de guía turístico rebambido que a uno le sale (a mí me sale) cada vez que se topa con extranjeros de cualesquiera latitudes que éstos provengan, se me dio por preguntarle que de dónde era oriundo en su bolivianez. Que del Potosí, me respondió. Mientras yo hacía gala de mi emocionante ignorancia, tratando de asociar Potosí con cobre, errándole muy lejos al vizcachazo con el metal del Cerro Rico, él ya había agregado con su castizo decir, que muy sonoro y de perfecta dicción lo tenía, vocablos como “reyes” y “virreyes”, a modo de atributos del suelo natal, al par que añadía algunos otros referidos a la importancia aún mayor que la dicha ciudad hubo poseído, que ni Sevilla, ni Londres. Todo ello, entre otros tantos conceptos que, forzoso es confesarlo, no he retenido. Ahí, en ese punto, merced a la acción de oportunos fórceps mi ignorancia abrió una claraboyita hacia el recuerdo y entró la imagen de que “...vale un Potosí”, creo que del Fausto de Estanislao Del Campo, en referencia al valor intrínseco argentino de no sé cuál objeto. Digo “argentino” de plata. “Plata” del metal (Mi esposa me confirma el dato y de yapa me agrega, casi mi increpa, que para qué leo a Galeano si luego no recuerdo cómo se afanaron media montaña en Potosí despachando la plata a España, y de la sumisión de Bolivia en esa empresa y la posterior caída de la ciudad... Pero todos ya sabemos cómo son las esposas).

Y qué le podía decir al señor. Que soy nacido en esta Ciudad de la Santa María de los Buenos Aires, a escasas diez o doce cuadras de donde estábamos hablando. Que la ofensa proviene de la gente ignorante. Que, además de ignorante, lo que ya es algo, hay gente de mal corazón. Que eso es más difícil de curar. Que, por lo que conozco, acá siempre ha sido así. Que Buenos Aires no es el mejor lugar para un morocho, menos aún si es extranjero limítrofe, porque nuestra pretenciosa Capital mira para Uropa, se viste como Madrid aquí, como París acullá. No repara en el altiplano. Que siento una profunda vergüenza, pero vergüenza ajena. Como cuando a los trece años, mi compañerito el morocho Soria fue tildado malamente de negro, cabecita, peronista e hincha de Boca. Y Soria se reía y a mí me daba cosita; yo estaba más para el llanto.

Y que si algo podía hacer por él (en este punto lo apartaba del cordón de la vereda para que no se lo llevara puesto el 39) era manifestarme solidario. Y se lo decía como quien hace una ofrenda, como el que va a la iglesia y deja el diezmo, o la chirola en la bolsita con mango que porta la devota señora (¿existen todavía? Las bolsitas, no las devotas señoras, digo), que le reconozco la laboriosidad de su pueblo, de un pueblo respetuoso, culto y sumiso, como el peruano, como el sudamericano no argentino (“¡mandeee!”) o, al menos, no capitalino. Que le deseo lo mejor, que le deseo suerte (sí, ¡ aunque no lo creas esto es cuestión de azar !), que esa gente que los desprecia no es toda la gente, pero que, lamentablemente, en la Capital él está en desventaja. Que la cosa no pinta favorable, a tenor de lo vivido en los últimos días.

Y el tipo me recompensa mientras voy subiendo al bondi y lo sigo mirando desde el estribo.

Sin perder el desequilibrio me guiña un ojo, me sonríe y me levanta el pulgar.

¿Qué más puedo pedir?     -  

ALM - 17-XII-2010

domingo, 7 de noviembre de 2010

ALGO SE ESTÁ PUDRIENDO EN DINAMARCA...


... en Pasaje Dinamarca y Avenida Gaona.

Sucede que en La Nación on line (en adelante LNOL) del día de hoy, domingo 07-11-10, el profesor Mariano Grondona publicó un artículo (El país en el remolino de los acontecimientos), en el que analiza, entre otros tópicos, la simpatía por el dolor presidencial, la reactivación de la juventud kirchnerista y la perplejidad de la oposición. Vea, quien se halle interesado: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1322408&origen=NLColHoy&utm_source=newsletter&utm_medium=titulares&utm_campaign=NLColHoy#lectores
Llegado a un punto, el profesor emérito, de dudoso mérito, desgrana un tema referido a "exclusivismo y agresión" que habréis de paladear como un helado de sambayón con fideos caracolitos y anchoas.
Como la consigna para los lectores comentaristas, como quien esto esperpenta, establece un número no superior a los mil caracteres por texto, he aquí el mi comentario, a la sazón:

Dos notas caracterizaron a la política de Néstor Kirchner: el exclusivismo y la agresión. Encerró a los suyos, de un lado, en el corralito de una estricta verticalidad”. Mal diagnóstico. Lo cierto es que aglutinó cuadros de los más variados sectores políticos y que aún hoy forman filas en pos del modelo K. Desde radicales desencantados, (pasando por) Heller, Savatella y los suyos, hasta el propio Cobos previo a la cuestión de la 125. “Desplegó ante sus rivales, del otro lado, una incansable seguidilla de agresiones.” Falso: respondió con la misma vara de confrontación a quienes no han caído todavía en la cuenta que, no sólo no ejercen el poder ejecutivo, sino que hay alguien (él o ella) que lo ejerce de modo indiscutible. Este no es un modelo parlamentarista, ni la oposición es un núcleo de párvulos bisoños que quieren colaborar con una propuesta común de país, manteniendo su identidad. El tema Magnetto, sí, marca la inflexión de una invariable embestida cruzada, en la puja por un poder definitorio.


Hasta aquí todo sin mayores sobresaltos, si no fuere por un hecho empíricamente constatable. Tal es helecho serrucho de advertir que el dicho comentario, como de costumbre ha sido votado, pero, en la especie, en lugar de verter su cuota descalificatoria, los dichos comentaristas compañeros de ruta, aunque no de destino, han expesado su parecer en términos... de aprobación (???).
¿Qué sucede entre los lectores de LNOL? ¿Es acaso que el extremo calor para estas épocas del año obnubila total o parcialmente sus - otrora - cuasi lúcidos cerebelos? ¿É?
Por favor, no responder, pues se trata de una pregunta retórica, del tipo de esas que se formulan cuando uno interroga al interlocutor: ¿Te crés quesoi boludo yo?
No se responde.
OTROSÍ EXPECTORO DE VIVA VOZ:
Comenta, además, el referido autor y compositor: "En cuanto a la "perplejidad" de la oposición, ella se ha manifestado hasta ahora a través de dos síntomas paralelos: la desorientación quizá pasajera de Daniel Scioli, que ya no puede expresar como antes una disidencia callada pero evidente ante el agresivo liderazgo de Néstor Kirchner ..." Diagnóstico falso, por lo tanto: mucho cuidado con la terapéutica que puede estar destinada a otra patología, mas no a este caso, queridos contertulios. Y ello así, porque, si algo demostró el actual gobernador de la provincia que arrastra (marca) y que no es otra que la imponderable caciqueja de las pampas, llamada de los Buenos Aires, es que el dicho jefe, sindudamente, tiene una hábil, ágil y airosa muñeca política. Reunió en 23 minutos y fracción a todo el elenco caciqueril de los respectivos distritos y protagonizó un acto de presencia, adhesión, consecuencia, verticalismo, subordinación, apoyo, respaldo y etcéteras encomiables. Sacadle pelusa. Evitad la ingesta de material vítreo.
Por supuesto este sí mereció la habitual reprobación que me halaga.

Puedes continuar con tu vida que es - ano dudarlo - más importante que estas intrascendencias.
Espero de haberte sido del todo inútil.
Gracias.
Ósculos y abrazos

Bertolucio di Sant' Elmo

sábado, 30 de octubre de 2010

La despedida - 2 - El regreso





28-X-10. La tardecita de Buenos Aires. Me llama mi esposa. Quiere ir a la plaza y que la acompañe. Ella también está unida a un tipo por más de 35 años y entiende por lo que debe estar pasando la Presi. La diferencia es que todavía no le doy motivo. A la Dorita, no a la Presi. A la Presi la banco. Aunque no la voté (¡¡ Pino, devolveme mi voto. Es una orden, ya no es más un pedido !!). Vamos juntos. Entramos por la Diagonal Norte. Colombianos. No los había visto antes. Sí a chilenos, paraguayos, peruanos, bolivianos. Y a los europeos. De todos los colores. Cámaras sofisticadas. Todas las clases todas. No hay ningún riesgo. Cuando la gente – el pueblo - está en la misma, no hay lugar para el temor. Lo demás está en la especulación de los instaladores. Como en el festejo del bicentenario. Estamos llegando. Clima más tristón que a la mañana. Cuando se va el sol todo es más triste. Accedemos a los mensajes de despedida. Más flores y recuerdos de todo tipo. El relicario popular. Una vuelta, otra columna que llega y allá vamos. La fila es incomprensible por lo interminable. Pasa por la Plaza, pero mira al revés, para la Nueve de Julio. Llega a Carlos Pellegrini, dobla y entra por Avenida de Mayo, otra vez hacia la Plaza. Me dicen que hay otra columna por Reconquista. Y otra por 25 de Mayo. O lo escuché después. O lo vi por TV. No importa, es el mismo presente. Es hoy. La pantalla reproduce el gesto austero de la viuda. De a ratos aparece también la hermana del difunto. Siempre con su perfil bajo. Políticamente correcta; hacedora callada. De repente una gran movida pasa frente a la Catedral. La catedral de la misa del cardenal conciliador. Lo asistió el hermano de mi amigo muerto. También cardenal. Tan diferente. Amor. Paz. Reconciliación en Cristo. Amén. Qué lindo va a ser el mundo del nieto del carcelero. Vuelvo a la columna que pasa por delante del templo. La reconozco. No se puede evitar aplaudir con todas las ganas. La Tupac Amaru. Ellos, jujeños, morochos anónimos. Con Milagro Sala a la cabeza. O por ahí entreverada, si no a la cabeza. Me meto. La arrastro a mi mujer y llegamos. Escucho la arenga de Milagro. “Quiénes somos” y la columna responde el nombre de todos. “Qué queremos” y la columna responde. Responde “educación”, responde “salud”, responde “trabajo”. Claro. Tiene razón Gerardo Morales, estos jujeños son guerrilleros, aprietan a la gente. Hay que meterlos presos. Sobre todo si te tiran huevazos, Gerardo. Con lo cara que está la comida. Cruzo la valla del abrazo circular. Los collas me creen que voy hacia ella con toda la buena onda del mundo. Ni necesito explicarme. Más fotos. La alcanzo, la toco, la beso. Es un honor. Estamos contentos dentro del luto. La gente aplaude. Todos aplaudimos. La Tupac Amaru presente. Nosotros también.
Ponele hache.

Sigue aquí...

http://picasaweb.google.com/amoscuzza/LaDespedida2#5533909643637166354


Ósculos y abrazos

viernes, 29 de octubre de 2010

La despedida (parte 1)


28-X-10. Media mañana. Voy casi como de paso. Pienso en imágenes posibles. Estoy llegando. Muchísimos jóvenes. El entusiasmo que recuerdo haber tenido en los setenta. Algunos agradeciendo a viva voz haber ingresado a la política de su mano. Muchos de generación intermedia; digamos… creciditos. Algunos bastante mayores; algunos viejitos con sillas. En la fila, testimonios varios. Que gracias a Néstor la política volvió a estar arriba de la mesa, que yo no lo voté pero digo presente, que hay que profundizar el modelo, que hay que apuntalar a Cristina, que después de esto con qué cara aguanta en la Rosada ese híbrido de vicepresidente. Uno asiente, otro gesticula, alguien modifica el adjetivo. La fila interminable bajo un sol pegador. Unos con sombrillas, otros con paraguas, alguien con un diario sobre la cabeza, a dos aguas. Flores, muchas flores. Esquelas, mensajes de todo tipo. Los carteles, los grupos, las banderas, las consignas. Las pintadas. Los morochos. La portación de rostro inequívoca de los más humildes. Esos que afean la Ciudad para un sector de nuestra sociedad; a esta Ciudad que se parece a París, que se parece a Madrid, que tiene el Colón, que va corriendo cada vez más a los que la deslucen mostrando sus colchones, sus cartones, sus carencias. Ellos, que obligan a cercar las plazas, a poner rejas en las iglesias. Comunidades latinoamericanas con sus propias insignias; sobre todo bolivianos y peruanos. Las presencias. El protagonismo. No lo veo por TV. Estoy. Una señora me pide que la fotografíe con su ramo y su cartel. Es humilde, habla en voz baja, está muy triste. Es conmovedora. Se juntan varios: “acá maestro”; son del mismo gremio. Llaman a otro que viene rengueando. Posan con la “V”. Sonríen. Es día de luto pero igual sonríen. Listo. Agradecen. Un señor de saco y corbata aprieta una bandera con el rostro del difunto. Posa, me saluda respetuoso. Sigo.
Encaro hacia la oficina a paso rápido. Uno se debe a su público. Y tengo necesidad de bajar las fotos. Tomo Corrientes. Leo de pasada, sobre un estante de libros a cinco pesos: Bill Gates habla. Qué buen auspicio, con el tiempo comerá solito.


... Acá van las primeras vistas..

Ósculos y abrazos

viernes, 28 de mayo de 2010

HACIA EL TRICENTENARIO....


Queridos monstruos de la monstruosidad:

Hace pocos días les participaba, con un énfasis no disimulado, el alborozo, la algarabía, el alka seltzer emocional que significaba la convocatoria hecha a quien esto escribe para participar de los festejos del bicentenario. Les he comentado, además de qué manera me verían circular por el centro de nuestra querida y percusiva Buenos Aires, a bordo de una nave con un grupo de compañeros, supuestamente inmigrantes todos nosotros de países europeos quienes, para nuestros próceres constituyentes, eran la inmigración que sí valía la pena de atraer. Así las cosas, se acercaba la hora del desfile, siendo que pocos días atrás habíamos realizado una suerte de ensayo subidos - nosotros los protagonistas - a tan augusta nao, atracada al efecto en la proximidad de la Plaza Mayor, de frente a la Catedral Metropolitana. En las preliminares, hice circular hacia todos vosotros - y a otros que vosotros - la invitación para participar también de dicho festejo y, de paso, por qué no decirlo, los convoqué a posar vuestros ojos, que hoy posan en sus respectivas cuencas, espero, a posarlos, digo, en la nave de marras, la que habría de soltar amarras. Y, como casi todo en la vida sucede, sucedió también que se verificó una vez más el adagio que reza "Tené mucho cuidado con lo que andás buscando, porque podés llegar a conseguirlo". Y es así que el mensaje se expandió entre los amigotes y circunstantes como era de presumirse: bastante bien. Y los anoticiados respondieron con su atención y sus sentidos bien dispuestos para el día del festejo. El día en cuestión es - a no dudarlo - el 25 de mayo de 2010, a cuyo promediar (¿cómo se promedia un día?), pasado el mediodía, digamos, debía yo presentarme para tomar mi vestuario de inmigrante indiscutido y marchar junto a quien representaría a mi esposa, compañera de teatro Lucianna, hacia la nave, para abordarla por medios normales y naturales, es decir, como los pasajeros: subiendo por la escalerilla emplazada al efecto. Sin embargo, de modo inexplicable - aún a la fecha - desde la noche anterior me acometió una estado de fiebre que, lejos de ser la del oro, o la de la primavera, o al menos la de la juventud, se tradujo en un estado general de decaimiento y malestar que, infructuosamente traté de revertir teniendo en cuenta la proximidad del evento. Llegada la hora en que debía partir, no pude hacerlo por el motivo descripto, atinando sólo a comunicar a mi compañera lo raro y difícil de mi situación, ante un "¿Qquéeeee?" de su parte, ya que, italiana ella e inmigrante verdadera, estaba sumamente interesada en el resultado feliz de nuestra tarea en común, que yo amenazaba deslucir, al menos en ínfima parte. Poco tiempo después mi cuerpo, asistido por la persona de mi jamás suficientemente bien ponderada esposa de la vida real, cuyo nombre mantengo en reserva por motivos de prestigio de su imagen y de la exclusividad de su comercialización, mi cuerpo, insisto, obró depositado por espacio de cuatro horas en una silla de la sala de guardia de un hospital privado, de prestigio dudosamente ganado y de pésima atención. Otras dos horas debieron transcurrir para que los análisis portaran a la emisión de un diagnóstico, el que se dio en términos enigmáticos: no hay diagnóstico. Volví a mi verdadero hogar con mi esposa de la vida real, seguí las indicaciones médicas para salir del estado ya descripto, dormí, desperté y seguí viviendo hasta este momento epistolar global. Como se infiere de tan insulsa historia, no solamente no participé del festejo del modo en que hubiera debido y a cuyo propósito os convocara, sino que ni siquiera pude verlo por televisión o por otro medio de difusión de imágenes de la vida real o virtual. Digo que me perdí todo.
En tan estúpido trance me he sentido una y mil veces al recibir, de cada uno de vosotros y de otros que no sois vosotros, mensajes que trasuntan sentimientos de gratitud y congratulaciones por el resultado del desfile, al par que esparcen saludos calurosos. Mi ausencia será un quiste en el alma, que no pocas copas de cabernet podrán llegar - apenas - a mitigar. Hoy soy un paria. Me apoyo en cada semáforo del centro para enjugar un lagrimón. Camino sin rumbo por la Diagonal Norte (y eso que la Diagonal Norte apunta al Norte, como su apelativo sugiere). A todo aquél que se me arrima le confieso entre estertores, ataques de llanto y abrazos efusivos: "¡Ai! herbaro, yonostube". Este pesar que me acompaña y me acompañará por mucho tiempo tengo que compartirlo con vosotros, para que la vida me sea más llevadera y merezca la pena de ser vivida. Nada será como entonces, ni el olor al choripán. Por eso me siento en el sagrado deber de volcar estas desmesuradas, intrascendentes e insustanciales reflexiones, como rendición de cuentas y además - o, al menos - para provocar en vosotros unas migajas de conmiseración.
No sé si el 2016 me dará otra oportunidad. De lo contrario, volveré para el tricentenario y, como sugiere apropiadamente una amiga, será en nave espacial.
Gracias por el aguante.
Ósculos y abrazos por doquier.

martes, 18 de mayo de 2010

Mensaje inicial: poracá porfa vor


Hasta la pulga más chica hace roncha cuando pica.


La afirmación, con matices vernáculos y característica de popa de camión repartidor de substancias alimenticias, más que una verdad de Pedro Grullo, sugiere el opinable hecho de que todo pesa, hasta la luz.
De modo que, vosotros lectores que en forma voluntaria accedéis a este trozo de realidad cuasivirtual, habráis de soportarme con la paciencia del monje de clausura, mas no con su toqueteo inverecundo; con el interés del impuber, mas sin el hurgueteo de sus dígitos; con el beneplácito del contemplativo, mas evitando todo frotamiento sobre las partes pudendas. Y ello por cuestiones de salud.
Palabra del señor.
Del señor Moscuzza.